FERNANDO, HOY YA MAESTRO DE MAESTRO, ESTE ES UN SIMPLE HOMENAJE QUE DESEO HACERLE DESDE EL BLOG DE LA CÁTEDRA QUE LLEVO ADELANTE,FERNANDO USTED JUNTO CON LA PROF PILI, FUERON LOS QUE ME ABRIERON LAS PUERTA DEL PERCIBIR, EL SENTIR Y EL SOÑAR
GRACIAS MAESTRO FERNANDO SILVAR, DESDE MI LUGAR CONSERVO EN ALTO EL LEGADO QUE USTED Y LOS DEMÁS PROFESORES ME CONFIARON, LA LUZ DEL ARTE, LA CULTURA EN GENERAL
Archivo El Litoral
Fernando Silvar, un alquimista del teatro santafesino
Querido y admirado por la comunidad teatral y cultural santafesina, desarrolló una intensa actividad como actor, vestuarista, escenógrafo y docente.

El mundo mágico del incansable creador, en oportunidad de una muestra de sus diseños de vestuarios y escenografías. Foto: Archivo El Litoral
Roberto Schneider
La noticia de la muerte de Fernando Silvar ha provocado hondo impacto en el ambiente cultural santafesino. Profundo conocedor, investigador y realizador del arte teatral, Fernando tuvo también una amplia participación en diversas manifestaciones del quehacer cultural en la ciudad que tanto amaba. No sólo el teatro fue su ámbito de realización -es aún recordada su tarea como profesor, fundamentalmente en la Escuela Provincial de Teatro-; también el cine y su labor como docente enriquecieron una aquilatada trayectoria, que creció desde su juventud hasta sus últimos días.
Se recibió como escenógrafo en la Universidad del Salvador de Buenos Aires y radicado luego en Santa Fe comenzó desde muy joven su labor como actor -tal vez su pasión más grande-. Su nombre está indiscutiblemente ligado al pasado y al presente de las artes escénicas santafesinas, en las que su trabajo y su recuerdo permanecerán inalterables a lo largo de la historia.
Le gustaba decir que los vestuarios los realizaba en su casa. “Es como vivir en un ropero, está todo ocupado con ropa de distintas épocas”, sostenía con su fantástico humor. A lo largo de seis décadas de trabajo incesante su nombre se asoció a diversos elencos que lo tuvieron como protagonista desde las tablas. Su archivo mental y sus papeles eran indestructibles y, además, conservaba carpetas de información que cualquier investigador quisiera estudiar. La memoria no le hacía trampas y dialogar con Fernando era una delicia. Recordaba su participación en la “época de oro del teatro independiente santafesino; se hacían grupos de diez o doce, que tenían la duración de una familia, de ocho o diez años. Estuve en Nuestro Teatro, en Cincel Taller de Teatro, y con Carlitos Thiel que tenía la salita de San Martín 2222, y permanentemente trabajaba como actor, como escenógrafo y vestuarista”.
Silvar recordaba las décadas del 60, 70, 80 y 90 cuando, para crear los vestuarios, primero estrechaba un vínculo con el director “para saber qué quería, después hacía un boceto, y compraba las telas... No había plata, y pedíamos prestado para comprar la ropa o las telas”.
Fantástico itinerario
La lista en las que Silvar participó es interminable. Se pueden recordar las puestas en escena de “El reñidero” (1978), “Los disfrazados” (1979), “La Biunda” (1980), “Juan Moreira” (1981) y “Vincent y los cuervos” (1983). También “Panorama desde el puente”, montada en la salita de Cincel Taller de Teatro; “Marat-Sade” (1984), “Vidrio molido” (1987), “Sacco y Vanzetti” (1973), en el Teatro Municipal, “Aquella noche de Corpus” (1989), y “El debut de la piba” (1978). Estos, por citar sólo algunos ejemplos de su creciente actividad. Con Hugo Anderson creó la Sastrería Teatral Anderson-Silvar, un mágico espacio en el que ambos creaban con indiscutido talento.
Ese ámbito era el orgullo de Fernando, allí brindaba hospitalidad a quienes lo visitaban en busca de una nueva creación. Su universo especial se construía con las lentejuelas, plumas, brocatos y arpilleras alternados con sombreros, pieles y zapatos capaces de provocar asombro y admiración. Cada una de sus obras tenía el color necesario, el toque definido, el diseño preciso. Nada se descuidaba para construir el personaje de la manera más precisa. Fernando fue un hombre de teatro a ultranza. Trabajó por el teatro mismo porque su corazón estaba en ese quehacer. Y era, esencialmente, un hombre de bien querido por todos sus compañeros.
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